martes, 10 de marzo de 2009

EL CLERO Y LA RELIGIOSIDAD EN EL GUADALCANAL DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1)


(Publicado en la Revista de Guadalcanal, 2004)

I.- INTRODUCCIÓN


El clero al que nos referimos no tiene nada que ver con la mayor parte del actual, tratándose en aquel caso de un estamento privilegiado y de gran poder y capacidad de coacción en la villa, dividido en cuanto al reparto interno de privilegios se refiere pero muy corporativista cuando se trataba de defender intereses comunes, es decir, de mantener su posición privilegiada. Esta situación no era exclusiva de Guadalcanal, sino un ejemplo más de lo que acontecía en el contexto del Reino, caracterizado por una sociedad dividida en tres estamentos o clases sociales, dos de ellas privilegiadas (nobleza y clero) y una tercera, la más numerosa, al servicio de las dos primeras. Esta última estaba constituida por el pueblo llano, también conocido por estamento general o pecheros (de pechar, es decir de pagar pechos o impuestos).

Naturalmente, la presencia del clero no pasaba desapercibida en la villa, no sólo por los privilegios y cómoda situación que les afectaba y defendían, sino por su elevado número. Tampoco pasan desapercibidos en los documentos de los principales archivos nacionales y provinciales, en donde se localizan numerosas referencias -mayoritariamente pleitos, muchos de ellos entre los propios clérigos- sobre sus actividades, que en este estudio tan general no parece oportuno detenerse, pese al carácter anecdótico que desde la distancia del tiempo nos merece (2).

Del otro estamento privilegiado, la nobleza, poco podemos indicar, pues en Guadalcanal apenas estuvieron representados. Eso sí, los escasos hidalgos, que mayoritariamente compraron el título tras retornar del periplo americano (Yanes, de la Pava, Ramos, Ortega-Valencia, Bonilla, etc.), siempre estuvieron en el candelero municipal, copando los oficios concejiles más rentables.

II.- EL PRIORATO DE SAN MARCOS DE LEÓN
La jurisdicción religiosa de los territorios santiaguistas también correspondía a la Orden de Santia­go, institución que para estos efectos había dividido sus dominios en dos provin­cias eclesiás­ti­cas o prioratos: el de Uclés, para la adminis­tra­ción religiosa de la provin­cia de Casti­lla, y el de San Marcos de León, para la nuestra.

Los prioratos eran como diócesis con jurisdic­ción propia y exenta de la autoridad de cual­quier obispo. Sus priores, por delegación de los maes­tres, repre­sentaban la máxima autoridad religio­sa en cada provincia, donde actuaban como auténti­cos prela­dos: usaban mitra, bácu­lo, anillo y otros distinti­vos pontifica­les, aparte de estar facultados para conferir órdenes menores, conce­der indulgen­cia, convocar sínodos y proponer y remover benefi­cios curados (3).

La sede oficial de nuestro priorato se asentaba en el convento de San Marcos de León, en las proximi­dades de dicha ciudad, aunque lo normal era encontrar­ a los priores por esta zona, bien el Mérida, en Llerena o en la Puebla del Prior, una pequeña villa donde tenían importantes intereses econó­micos. En tiempos de Alonso de Cárde­nas, según cuentan Juan de la Parra y Pedro de Orozco (4), hubo un intento de trasladar la sede prioral a Guadalca­nal, aunque -por desgra­cia para nues­tra villa, pues le hubiese dado un mayor protagonis­mo artístico, administrativo y económico- no llegó a efec­tuar­se. Después, entre 1562 y 1600, se trasladó a Ca­lera de León, volvien­do en esta última fecha a su primiti­vo asenta­mien­to.

Como en otros de los aspectos contemplados, la adminis­tración religiosa fue evolucionando con el paso del tiempo. Inicial­mente, el priorato quedó dividido en vica­rías, al frente de las cuales estaban los vicarios. Una de ellas fue la de Ntra. Sra. de Tudía y Reina, a cuya juris­dic­ción pertenecía el clero de esta zona más meridional de la Provincia de León. Poste­riormen­te, a partir del siglo XV y hasta su extin­ción, el priorato se dividió en los proviso­ra­tos de Llerena y Mérida, y en las vicarías de Santa María de Tudía y Reina (con sede en Calera de León), Bename­jí (Córdo­ba), Barrueco Pardo y Santiespíritu (Salaman­ca), Pastrana y Porto (León), Villalba (Zamora), Estepa, Villanueva del Ariscal (Sevilla), Villar de Donas (Lugo) y Villar de Santos (Oren­se) (5).

La adminis­tración del provisorato de Llerena se centralizaba en dicha ciudad, sede oficial del provisor y del resto de la curia eclesiástica, donde además residía la Audiencia para los asuntos religiosos (6). Su jurisdicción se extendía a Azuaga, Ahillo­nes, Berlan­ga, Bienve­nida, Calza­dilla, Casas de Reina, Campillo, Fuente del Maestre, Fuente del Arco, Granja de Torrehermosa, Higuera, Hinojosa del Valle, Hornachos, Llera, Llerena, Magui­lla, Medina de las Torres, Puebla de Sancho Pérez, Puebla del Prior, Retamal, Rivera del Fresno, Santos de Maimonas, Trasierra, Usagre, Valencia de las Torres, Valverde de Llerena, la vicaría de Jerez de los Caballeros y la vicaría de Santa María de Tudía y Reina. Dentro de esta última, el párroco de Santa María de Guadalca­nal ostentaba la dignidad de subvicario, sólo con compe­tencia en las tres parro­quias de nuestra villa.

La extinción de los prioratos, superando la desaparición de la jurisdicción civil de las Órdenes en 1836 y el Concordato de 1851, tuvo lugar en unos momentos confusos de la Historia de España (1874) (7), caracterizado por serias desavenencias entre el clero y la administra­ción política. A raíz de estos desencuentros, y como resulta­do de las negocia­cio­nes de reconci­lia­ción, se suprimió la jurisdic­ción religiosa de las Órdenes (8), último reducto jurisdiccional de estas instituciones. Dicha decisión no fue aceptada por el clero santia­guista, especialmente por sus máximas autori­dades. Manzano Garías ha profundizado en el estudio de este aconte­cimien­to, al que califica de cismático (9).

III.- GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN DE LAS PARROQUIAS
Los provisores y vicarios supervisaban el gobierno eclesiástico de las parroquias, conventos, ermitas, cofradías, capellanía y obras pías de los pueblos incluidos en su juris­dic­ción­, cuidando que el clero y los feligreses se atuvieran a la doctrina de la Santa Sede y la institu­ción santiaguista. Para ello, giraban periódi­cas Visitas Pastorales, levantan­do actas en los Libros Sacramentales y en los Libros de Fábrica de cada uno de los institu­tos religiosos tutela­dos, complementando o sustituyendo a las visitas que hasta finales del XVI giraban los visitadores de la Orden.

A cargo de la parroquia se situaba el cura parro­quiano, o un teniente de cura si es que se trataba de la iglesia de un lugar o aldea anexa a determi­nada villa cabecera. El nombramiento de los curas correspon­día al maestre y más tarde al Consejo de Órdenes, teniendo dichos párrocos la facultad de nombrar a un teniente en las iglesias de su jurisdicción. Unos y otros se encarga­ban de organi­zar y presidir el culto (misas, procesio­nes y otras manifestacio­nes religiosas); además, instruían a los parro­quianos en los asuntos de fe, vigila­ban el cumplimiento de la preceptos religiosos (10), adminis­traban los sacramentos, cumplimentaban los Libros Sacramenta­les (bautis­mos, confirma­ciones, velacio­nes, desposa­dos y difuntos) y supervisa­ban la adminis­tra­ción económica de sus iglesias y de las capella­nías, cofradías y ermitas que quedaban bajo su juris­dicción. Para cubrir sus necesidades alimen­ticias dis­fru­ta­ban del benefi­cio curado, o conjunto de rentas y bienes asignados para este fin. Consis­tía en determi­na­das cantida­des de dinero contante con cargo a la Mesa Maestral, más las rentas de ciertas tierras y censos cedidos por los maestres.

Asimismo, con la finalidad de proveer de objetos sagrados a los templos y para su decoro y mantenimiento, la Orden dotó a cada parro­quia de ciertas rentas, que globalmente se conocían como bienes de fábrica. Su adminis­tra­ción corres­pondía a un mayordo­mo seglar, quien se encargaba de ­re­cau­dar las rentas derivadas, atender a los gastos y llevar la contabi­lidad en el denomina­do Libro de Fabrica. Terminada su mayordo­mía, ­ren­día cuentas ante el nuevo mayordomo, el párroco y un regidor comisio­na­do al efecto, que se hacía acompa­ñar del contador del cabildo. Con estos ingresos se atendía al decoro y ornamen­ta­ción del templo, se pagaban los salarios y gajes a sacrista­nes, acóli­tos, organista, ministriles y trabajado­res eventua­les (carpin­te­ros, albañi­les, etc.), y se corría con los gastos generales de cera, aceite y trigo. El dinero sobrante se aplicaba en la compra y reparación de objetos destinados al culto (imáge­nes, coronas, cálices, custo­dias, casu­llas, etc.), que constituían los bienes muebles de carácter inventaríales. En el mismo Libro de Fábrica, de vez en cuando vienen descritos con detalles cada uno de estos objetos sagrados, especi­ficando el uso, color, calidad y peso (11), fundamentalmente cuando se producía un relevo de sacristán o a resulta de las visitas.

Para estudiar las particularidades que concurrían en Guadal­ca­nal, utiliza­mos como referen­cia la visita de 1575 y otros datos tomados de sendos pleitos (1642 y 1786) que los párrocos de Guadalcanal sostuvieron con los adminis­trado­res de la encomienda y del Hospital de la Sangre (12). Se completan con los recogidos del Catastro (1753), del censo de Floridablanca (1787) y del In­terro­ga­to­rio de la Real Audien­cia de Extrema­dura (1791).

Según las fuentes citadas, durante el Antiguo Régimen coexis­tían en Guadal­canal tres parro­quias: Santa María o Iglesia Mayor, Santa Ana y San Sebas­tián. El párroco de Santa María osten­taba también el título de subvicario de Santa María de Tudía y Reina, sólo con juris­dicción en nuestra villa; es decir, dicho párroco-subvicario tenía cierta autoridad sobre los otros de la villa, y no en otra parte, quedando, sin embargo, bajo la jurisdicción del provis­or de Llerena.

A­par­te las parroquias, en Guadalca­nal estaban presente numerosas ermitas y, asociada a una u otra iglesia o santuario, numerosas cofradías, capella­nías, obras pías y memorias por difuntos. Para dar cobertura a las exigencias religiosas de estas instituciones, asociado a cada parroquia existía una auténtica pléyade de clérigos beneficiados, que se disputaban entre sí las asistencias más generosas con dichos capellanes.

También hemos de contemplar la presencia de cinco institutos de religio­sos y religio­sas, de tres de los cuales (el monasterio de religiosos de la Observancia de San Francisco, la casa asilo de monjes de San Basilio y las clarisas del convento de San José) no tenemos noticias preci­sas, al estar exentos de la juris­dic­ción ecle­siástica santiaguis­ta.

III.1.- PARROQUIA Y SUBVICARÍA DE SANTA MARÍA (13)
El actual templo de Santa María (de la Asunción) fue sede de la más antigua y principal parroquia de Guadalcanal, con mayor número de feligreses, por lo que ostentaba el título de Iglesia Mayor­; es decir, donde tenían lugar las ce­lebraciones religiosas oficiales de la villa, por lo que, como contra­partida, recibía del concejo cierta asignación anual para completar el salario de sacristanes, organistas y acólitos. Desde el punto de vista arqui­tec­tó­ni­co, parece ser el resulta­do de varias inter­vencio­nes, inicián­dose su construc­ción ya en el siglo XIII, seguramente reutili­zando la infra­estructura de una antigua mezquita. La descrip­ción arquitec­tónica más completa corres­ponde a la visita de 1575, cuyos responsa­bles nos dejaron las siguien­tes referen­cias:

“La iglesia es de tres naves sobre dos danzas de arcos y de maderamien­to; del cuerpo de la iglesia de obra morisca pintada de lazos con sus bullones y racimos dorados.
Tiene una capilla mayor de bóveda sobre crucero de piedra con do­blones y dos escudos dorados en ella. Se sube al altar mayor por seis gradas de azu­lejos, en el cual está una imagen de nues­tra señora adornada; tiene un retablo de tablas y pincel dorado, la ma­yor parte de los tableros con imágenes; en medio del retablo, en un basamento, está una imagen de tabla de la Ascensión de Nuestra Señora. A los lados del Sagrario (14), al lado del evan­gelio, están dos imágenes de San Pedro y de San Pablo, y encima una imagen de Nuestra Señora.
Bajando del Altar, al lado derecho está una sacristía dividida en dos piezas.
En frente de la puerta de la sacristía hay dos altares: el de la mano de­recha se dice de Santiago, y el otro de San Antón, que después se ha invo­cado de Santa Catalina.
Sobre la mano izquierda del Altar Mayor está una capilla de bóveda mediana, con sus reja de hierro, y tiene un retablo en el altar de tabla y pincel, de la advoca­ción de nuestra señora de la Ascensión, y otra imagen de pincel a la mano derecha del altar que es de Santiago.
Hay otra capilla pequeña con una concavidad en la pared, que tiene un altar y una reja, el cual di­cen que es de San Francis­co. Y junto a ésta en la misma concavi­dad de la pared otra capillita con su altar, que dicen que es de Alonso Larios.
Y por bajo de la puerta de la dicha iglesia hay dos capillas con sus rejas y dos retablos, uno enfrente del otro, metidos en la concavi­dad de la pa­red. Al lado de abajo, en el testero de esta pared, en una concavidad de ella está otro altar de azulejos, con un retablo de tabla dorado y pincel, con un letrero en medio que dice que es de Juan González, clérigo.
Hay un coro alto de madera de pino bien labrado, sobre un pilar de mármol con su antepecho de pino. A un lado del coro, en una pieza posterior, están los órga­nos.
Debajo del coro estaba una capilla donde está la Pila del Bau­tismo, en la cual está una librería de dieci­nueve cuerpos de libros que mandó a la dicha iglesia el bachi­ller Juan Caballero, que están viejos y son de derecho canónico.
Y la dicha iglesia tiene una torre donde están las campanas”.


Aparte la descripción, el informe de los visitadores de 1575 contiene interesantes datos sobre las activi­da­des económicas y adminis­trativas de la parroquia, ofreciendo un inventario general de los ornamentos sagrados (imágenes, retablos, cálices, custodias, copones, patenas, etc. (15)), ropas de eclesiásticos (casu­llas, capas, albas, mante­les, paños, etc. (16) y otros objetos precisos para el culto (libros, campa­nas, armarios, campani­llas, bancos etc.), descri­bien­do pacientemente ca­da uno de ellos y comparando estos datos con el inventario de la visita anterior. A la vista de este análi­sis, tomaron ciertas determinaciones relativas al culto (17), ordenaron la enajena­ción de algunos ornamentos inservibles y la adquisi­ción de otros.

También se interesaron por las posesiones (bienes inmue­bles y derechos hipotecarios o censos) ­que la parroquia tenía asignada para su manteni­mien­to, decoro y gastos de culto. El conjunto constituían los bienes de fábrica (de la parro­quia, iglesia, convento o ermita, según los casos) de origen diverso: una parte corres­pon­día a donacio­nes que la propia Orden le hizo en el momento de su fundación, aunque la más sustancial proce­día de mandas testa­men­tarias de parroquianos a cuenta de misas perpetuas por sus almas (cape­llanías, memorias y vínculos), costumbre alentada por el numeroso clero de la época, que presentaban a un Dios Todopode­roso, pero Justi­ciero, con el cual convenía reconci­liarse en los últimos días. Para este efecto, los visitado­res hicieron compadecer al mayordo­mo de la fábrica, quien puso a su disposición el Libro de Fábrica, donde se reflejaba la contabilidad de los últimos años. Según estos libros, la Iglesia Mayor carecía de fincas rústicas y urbanas, si bien disponía de 22 derechos hipotecarios o censos sobre otras tantas propieda­des, cuyos réditos anuales ascendían a 27.052 mrs., aparte de otros 3.412 más procedentes de memorias, si bien esta última partida se consignaba para el colectivo de clérigos beneficiados de la parroquia.

Continúa la visita a la Iglesia Mayor, ahora requi­rien­do del párroco el título que le habilitaba para ostentar el benefi­cio curado, presen­tando el bachiller Pedro Cabezón, que así se llamaba el párroco y subvicario en cuestión, una Real Provi­sión (25/VIII/1572) despachada a su favor y ratificada por el prior. Asimismo dio cuenta de sus ingresos, que ascen­dían a 60.000 mrs., poco más o menos. Por otros documentos posteriores, los generados en sendos pleitos que los párrocos sostuvieron contra los comendadores y los administradores del Hospital, se han localizado datos más precisos sobre la congrua o emolumentos de este beneficio curado. Consistía en una cantidad -fija e invariable a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII- estipulada en 778 reales (677 que pagaba el comendador de Guadalcanal y 101 el comendador de los Basti­mentos de la provincia), más los derechos de pie de altar, es decir, las limosnas que percibía por oficiar los bautismos, casamientos, entierros, misas de difuntos y memorias. En conjunto, sumados las costas fijas y los ingresos de pie de altar, los emolumentos del párroco de Santa María rondaba los 2.800 reales anuales (95.200 mrs)(18).

III.2.- PARROQUIA DE SAN SEBASTIÁN
Siguiendo con el protocolo establecido en las visitas, al día siguiente se personaron en la iglesia de San Sebas­tián, la segunda de las tres parroquias de la villa. En el atrio fueron recibidos por el párroco, sacristán y mayordomo de turno (19), pasando inmediatamente a rezar ante el Santísimo Sacramen­to, según se prevenía en tales casos. Mien­tras, el escriba­no de la visitación redacta­ba el siguiente informe:

“Es una iglesia de una nave sobre cuatro arcos de ladrillo sin el arco toral. La techumbre es de madera de castaño, con sus vigas de alfarjías y ladrillos por tabla.
Tiene tres puertas. La una es de testero, entrando por la cual, a la mano derecha está la Pila del Bautismo; junto a ella una escalera de ladrillo por la cual se sube al coro, el cual es de madera, con su antepecho sobre dos pilares de piedra.
Otra puerta en mitad de la iglesia, al medio día (sur), entrando por la cual hay otra puerta que sale al hospital de Santiago.
Tiene una capilla principal que se ha hecho después de la visita pasada, la cual es de crucería de cantería, con dos altares en el arco toral.
Al Altar Mayor se sube por nueve gradas de ladrillos. Tiene un retablo con el Santísimo Sacramento en medio; a la una parte la imagen de Nuestra Señora y a la otra la de San Sebastián.
A la parte de la epístola hay una puerta por la cual se entra a la sacristía, que es pequeña. La techumbre es de madera de castaño y ladrillos por tabla.
A los lados de dicha capilla principal hay dos capillas pequeñas: la una, que está a la parte de la epístola, es de los Funes, por la cual dieron doscientos ducados a la iglesia; y la que está a la parte del evange­lio es de Gonzalo Suárez y sus herederos, que dieron por ella doscientos ducados para comprar su suelo”.

La visita transcurre siguiendo el mismo orden que en el caso anterior, anotando los nuevos mandatos e intere­sándose por los bienes de la fábrica y sus rentas, así como por el título y beneficio del párroco.

III.3.- PARROQUIA DE SANTA ANA
Siguiendo el mismo orden y protocolo que en las anterio­res parroquias, los visitadores se personaron en Santa Ana. El amanuense de turno nos dejó la siguiente referencia:

“Es un templo muy antiguo, que tiene dos puertas: la una a septentrión y la otra al medio día. De la derecha hay un portal con una arcada de arcos de ladrillos, y entrando por la puerta a la mano izquierda hay una capilla pequeña para la pila del bautismo.
El coro está sobre un pilar grande de piedra y la madera de pino.
La techumbre de madera de castaño pintado.
En el arco toral hay dos altares: uno que llaman de San Bartolomé y el otro de Nuestra Señora.
Junto hay una capilla que llaman de Santa Lucía.
El techo de la capilla principal es de crucería de ladrillo.
Al altar se sube por siete gradas de azulejos; no tiene rejas”.

III.4.- IGLESIA DE LA MINA
En el poblado de la mina fueron recibidos por Martín López, quien decía ser contador y juez civil y criminal de todo lo concerniente al poblado y a la explota­ción minera. A su lado permanecía el padre Carrasco, clérigo de la Orden de San Pedro y capellán de la iglesia.

“La dicha Iglesia es de una nave de piedra rajada. El cuerpo de ella es mediano. La techumbre de madera de castaño, alfarjías y ladrillos por tablas.
La capilla principal es de crucería de ladrillo. Al altar mayor se sube por tres gradas chapadas de azule­jos, en medio del cual estaba el Sagrario; a la parte del Evangelio está una imagen de santo Antonio de bulto entero y encima de él una imagen de Ntra. Sra. pintada al óleo, con dos puertas (tríptico); en la una de ella, a la mano derecha San Juan Evangelista, y a la mano izquierda Santo Antonio. Encima de estas imágenes está un crucifijo de bulto entero”.

Como se trataba de una iglesia nueva, construida expresa­mente para dar servicio religioso a los que allí trabajaban, su administra­ción aún no estaba regulada. Los visitadores traían órdenes expresas en este sentido, que hicieron escribir en los libros correspondien­tes, para que en cada momento hubiese constancia de ello:

“En el dicho lugar e iglesia no hay cura propio y el dicho Juan Carrasco dice misa y administra los sacramen­tos con licencia del juez ordinario de la provincia de León de la Orden de Santiago, dada en Madrid, en 1573. Está nombrado por capellán por los contadores mayores de Castilla, por un capítulo de una carta fechada en Madrid, en 1567, el cual capellán dice cada semana tres misas por S. M, como dio relación Martín López, conta­dor. Las condiciones con que se permitió hacer y acabar la dicha iglesia son las siguientes:
Primeramente que S. M. y su administrador general en la dicha mina mande reparar la dicha iglesia y cumplir lo que falta para que en decencia pueda estar el Santo Sacra­mento, proveyendo de custodia y crismera para óleos para los enfermos, y de ornamentos y cera y aceite y que siempre arda una lámpara. Y si las limosnas que sacaren no bastare, que siendo a costa de S. M. se dé al clérigo que allí residiera una congrua sustentación, el cual ya de decir en cada semana tres misas por S. M.
Ítem, que atento a que la dicha iglesia está en término de Guadalcanal, y ella y las demás iglesias han de reconocer a la iglesia de Santa María como Mayor, el párroco que ahora es y lo que fueren en delante puedan visitar la iglesia de la mina y administrar los sacra­mentos”.

Siguen otras mandas de menor relevancia, y finaliza ordenando que se asignen tres reales y medio diarios al capellán y reseñando que la referida iglesia carece de bienes de fábrica, pero que S. M. la ha reparado y proveído sufi­cientemente.

IV.- ERMITAS
Aparte las tres parroquias, en la villa y sus proximi­da­des se locali­za­ban varias ermitas. Se trataba de santua­rios abiertos esporádicamente al culto, mantenidos gracias a algunas tierras y limosnas donadas por vecinos e institu­cio­nes locales. Su origen y finali­dad hemos de contem­plarlo en el contexto religio­so de la época, estando asociada su cons­truc­ción a las fundacio­nes de cofra­días, cuyos herma­nos solían hacerse cargo de la dotación ornamental y del man­te­ni­miento. El culto solía reducirse al día del santo titular, con velada, misa y procesión.

En 1575 existían cinco de estos santua­rios: San Benito, San Pedro, Nuestra Señora de Guadito­ca, Nuestra Señora de los Remedios y Santa Marina. Ya a finales del XVIII, según datos del Interrogatorio, esta última había desaparecido, aunque, por lo contra­rio, se habían construido otras cuatro más (San Bartolo­mé, Nuestra Señora de los Milagros, San Vicente y la del Santo Cristo del Humilladero), algunas de las cuales herederas de los numerosos hospitales existentes en el XVI.

La ermita de San Benito, según la descrip­ción de los visita­do­res de 1575:

“Está situada como a media legua, en el camino de Alanís. Es de cantería de piedra rosada y tiene dos puertas, la una a septen­trión y la otra al medio día. Delante de esta hay un portal grande sobre cuatro arcos de ladri­llo.
El cuerpo de la dicha ermita es de tres arcos de ladrillo, con la techumbre de madera de castaño.
La capilla principal tiene delante una reja de madera con un crucifijo. Es de crucería de ladrillo. Al altar mayor se sube por cuatro gradas y es de arco toral. Hay dos altares: el uno de San Blas y Santa Lucía y el otro de San Lázaro.
En mitad del cuerpo de dicha ermita hay una puerta por la cual se entra a una pieza larga donde hay una chimenea que sirve para velar.
Junto a la puerta de septentrión hay un pozo, junto al cual hay una huerta con dos higueras y dos olivos y unos ciruelos.
Dentro de la huerta hay una casa para el ermitaño. Es de un cuerpo pequeño con un palacio largo con otros aposentos”.

Sus ingresos, de acuerdo con las cuentas presentadas por el mayordo­mo de 1574, alcanzaban 6.559 mrs. anuales, obteni­dos por la limosna de San Benito y Santa Lucía, por lo recolecta­do en el bacín fijo que existía en la parroquia de San Sebastián y por la renta de dos fanegas de tierra propias de su fábrica. La huerta y la casa no produ­cían beneficio alguno, pues los usufruc­tos pertene­cían al ermitaño encargado de su custodia y mantenimien­to. En 1791, según datos aportados por el párroco de Santa María, estaba bajo la tutela de un ermitaño y se abría al culto el domingo infra­octa­vo de la Natividad de Nuestra Señora.

No especificaron los visitadores la ubicación de la ermita de San Pedro. Sí indican que estaba próxima al pueblo, pues decían que se encontraba como a dos tiros de arcabuz. Su fábrica era sencilla, destacando un portal grande con una danza de arcos sobre cinco pilares. Humilde también el inventario de bienes, así como los ingresos y gastos. Según el informe de 1791, se abría al culto el domingo infraoctavo de la festividad del Santo, celebrando misa cantada y procesión por los alrededo­res.

La ermita de Nuestra Señora de los Milagros se localizaba en el paraje conocido por la Calera, como a una legua de la villa. Era pequeña, de una sola pieza y puerta a septen­trión (norte). En 1791 no quedaba rastro de su fábrica, si bien se había remodelado la capilla del antiguo hospital de los Milagros, en la colación de Santa María. El culto se reducía a una misa cantada y sermón en el día de la Nativi­dad de Nuestra Señora. En sus depen­den­cias, según relataba el cura de la referida parroquia, tenían lugar juntas o asambleas de dos asociacio­nes religio­sas: la Escuela de Cristo (asocia­ción exclusiva­mente masculi­na) y la Escuela de María (sólo de mujeres).

La ermita de Ntra. Sra. de Guadito­ca, la más popular en la actuali­dad, apenas destacaba entre las otras ya existen­tes en el siglo XVI, si nos atenemos a la pobre dotación para el culto que tenía en 1575. Los visitado­res nos dejaron la siguiente descripción:

“Es de cuerpo mediano con una puerta a poniente sobre tres arcos de ladrillo y techumbre de madera de castaño con sus ripias de madroño.
La capilla principal es una pieza pequeña, con techumbre de madera y alfajías y ladrillos por tabla. Tiene dicha capilla una reja de madera de pino por delante.
En el altar mayor una imagen de Nuestra Señora.
Junto a la dicha ermita hay un humilladero con una cruz de hierro”.

En el Interrogatorio encontramos más datos sobre este santua­rio. En su informe particu­lar, el Sr. Alfranca nos dice que durante los tres días de Pascuas de Pentecostés se celebraban misas cantadas y procesiones. Coin­cidiendo con dichos días, continúa el informe, se celebra­ba una feria a la que concurrían mercaderes de paños, telas, quincalla y bujerías, todos ellos atraídos por el principal negocio que allí les convocaba: la venta de ganados. La feria tenía carácter comarcal, asistiendo vecinos de todo el partido y de numerosos pueblos de las provincias limítro­fes (21). También tenía carácter comarcal la devoción a la Virgen de Guaditoca, con cofradías en Ahillones, Berlanga y Valverde, circunstancia que levantó una fuerte polémica en 1792, cuando por decisión del cabildo guadalcanalense la feria se trasladó a la villa (22).

También extramuros de la villa, como a legua y media de distancia, se localizaba la ermita de Santa Marina, en la dehesa del mismo nombre. La descrip­ción de 1575 ya pone de mani­fiesto el lamentable estado de conser­vación que presenta­ba, por lo que no es de extrañar su inmediata desaparición:

"Es una ermita sobre tres arcos de ladrillo y el arco toral. La techumbre es de madera de castaño y alfarjías y rocas por tabla La capilla mayor es de madera de castaño y alfarjías y ladrillos por tabla; delante una reja de palo quebrada y vieja.
En el altar mayor hay una imagen de Santa María de bulto entero en un tabernáculo.
Junto a la dicha ermita está todo alrededor un colgadizo de madera de castaño y roca por tabla y parte descubier­to.
Junto a la dicha ermita está el aposento del ermitaño."

Dentro de la villa, en la colación de Santa Ana se encon­traba la ermita de San Bartolomé. El culto se reducía a misa y procesión en el día del santo. Sin bienes ni ermita­ño, los visitadores sólo anotan las limosnas de sus devotos.

También dentro de la villa, en la colación de Santa María y en la misma plaza que la Iglesia Mayor, se ubicaba la ermita de San Vicente. Se abría diariamente al culto para el rezo del rosario matutino, aparte de las celebraciones propias del día del santo protector (23).

Finalmente, extramuros de la villa, en uno de sus arra­bales se localizaba la ermita del Santo Cristo, cuya velada y festividad tenía lugar el 14 de sep­tiembre.

V.- COFRADÍAS
Eran asociaciones religiosas bajo la juris­dicción ecle­siásti­ca y, por tanto, acogidas a la reglamenta­ción del Derecho Canónico. En cuanto a su origen fundacional, existían cofradías abiertas a cual­quier aspirante o cerradas, pudien­do, unas y otras, agrupar a hermanos vinculados a un barrio, parro­quia o gremio profesional.

Tenían como finalidad proponer la celebración de cultos en honor de los titulares (Cristo, la Virgen o sus santos), enri­quecer espiritualmente a sus asociados y ejercer la caridad cristia­na entre cofrades y necesita­dos en general. Según el predominio de uno u otro, se podían establecer diferentes modalida­des: sacra­mentales, penitencia­les, de gloria y gremia­les.

Las hermanda­des sacramentales proponían el culto al Santísi­mo Sacramen­to, devoción habitual en los pueblos de nuestro entorno cultu­ral. En este grupo hemos de incluir la Hermandad y Cofradía del Santísimo Sacramento (parroquia de Santa María), la Cera del Sacramento (Santa Ana) y la Hermandad de la Cofradía del Santísimo Sacramento (San Sebastián). Esta última, con 150 hermanos, parece ser la más popular de entre las de su natura­leza. Cada una de ellas disponía de un bacín (cepo) particu­lar en su parro­quia, sosteniéndo­se además con la cuota de sus hermanos. No aparece entre sus gastos ninguna partida destinadas a pobres, consumiendo el presupuesto en la lámpara de aceite que perennemente ilumina­ba al Santísimo, en la ayuda a curas y sacristanes por su participación en los actos festivos, en la cera de la proce­sión del Santísimo y en la instala­ción del monumen­to el día del Corpus.

Las cofradías peniten­ciales quedaban bajo la advocación de distintas escenas de la pasión de Cristo, o recogían algunos de los sufri­mientos, dolores y angustias de su Santa Madre. Los días mayores se locali­zaban en la cuaresma y Semana Santa, momentos en que se manifestaba plenamente sus activi­dades religio­sas y carita­ti­vas. A finales del siglo XVIII sólo concurrían en Guadalcanal las cofradías de la Vera Cruz, Jesús Nazareno y la Soledad.

Las de gloria veneraban a la Virgen gloriosa o a algún santo protector. En Guadalcanal estaban presente la Hermandad de la Concepción de Nuestra Señora, la de Santiago y la de la Caridad, estas dos últimas administrando sendos hospitales.

VI.- HOSPITALES
Los llamados hospitales representaban uno de los cauces habituales para el ejercicio de la beneficencia, teniendo entonces un significado más amplio del que en principio cabría esperar, pues, aparte de servir como enfermerías, también se utilizaban como hospedería y comedor para pobres y desvalidos. Sus antecedentes hemos de localizarlo en la Edad Media, época en la que el ejercicio de la hospita­li­dad era habitual, encon­trando fiel reflejo en los Estatutos y Regla de la Orden de Santia­go. Por ello, en cada una de sus visitas, la Orden supervisaba el funcionamiento de estas institu­ciones hospita­la­rias, gracias a las cuales podemos acceder al significado de la hospita­lidad en Guadal­canal, donde se localizaban cinco centros benéficos de esta natura­leza: el de Santiago, el de la Caridad, el de los Milagros, el del Santiespíritu y el de San Bartolomé.

El Hospital de Santiago quedaba junto a la parroquia de San Sebastián, bajo la protección de la cofradía del mismo nombre. Tenía como finali­dad acoger a pobres tran­seúntes, a quienes les daban cobijo y ropas, así como una limosna alimenticia du­ran­te varios días. Des­de el punto de vista arqui­tec­tó­nico, la estruc­tura del edificio respon­día a los hospita­les de la época: un zaguán con capilla, general­mente modesta en cuanto a ornamen­tos, que distribuía las dependen­cias a uno y otro lado de un patio central. Entre sus aposen­tos solía di­ferenciarse las habitaciones del casero u hospita­le­ro, una cocina y los dormito­rios de­ enfermos y pobres, todo ello rudimentariamente amueblado, con escasos enseres y cuatro o cinco camas con jergones y mantas. Se mantenía con la cuota que aportaban los hermanos de la cofradía de Santiago y con las limosnas que dichos cofrades recogían el Jueves Santo, el día de Santiago o del bacín que tenían fijo en la parroquia de San Sebastián. Aparte, anualmente ingresa­ban unos 5.500 mrs., fruto de varios censos sobre algunas casas y tierras.

El Hospital de la Caridad, asociado a la cofradía del mismo nombre, se ubicaba en la Plaza Pública, junto a la Iglesia Mayor. Se trataba de una enfermería mante­nida gracias a ­las cuotas de los hermanos cofrades, más las limosnas que estos recogían por la villa cada viernes del año y, específi­camente, durante la Semana Santa y en las festivi­da­des de San Francisco, Santa Ana y San Sebastián. Asimismo, disponía de varios censo sobre casas y tierras, cuyos réditos o corridos ascendían a 25.000 mrs. Junto al anterior, eran los únicos que seguían funcionando como tales instituciones hospita­larias a finales del XVIII.

Entre las calles Granillo y Camachos se encontraba el Hospital de Nuestra Señora de los Milagros, que ya en el 1575 estaba prácticamente fuera de servicio. A tenor de la descrip­ción de los visitadores, se trataba de un edificio valioso desde el punto de vista arquitectónico, destacando su espléndida iglesia, pues no se trataba de una simple capilla como en los casos anteriores.

Finalmente, otras dos instituciones de esta naturaleza: el Hospital del Santiespíritu (24) y el de San Bartolomé, ambos dándole nombre a sus respectivas calles.

VII.- OBRAS PÍAS, CAPELLANÍAS, MEMORIAS Y ANIVERSARIOS
De acuerdo con la mentalidad religiosa de la época, como otras institu­cio­nes de carácter benéfico se fundaron numerosas obras pías y capella­nías. La sociedad del XVI, especialmente sus miembros más favorecidos, una vez que se aproximaba la muerte sentía la necesi­dad de reconci­liarse con el Dios Justiciero y con sus semejantes. Por ello, buscando la salvación eterna, algunos fieles privilegia­dos por el desahogo económi­co instituían obras pías y capellanías, dejando parte de sus bienes en favor de pobres y desvalidos. También los vecinos más modestos se dejaban influenciar por esta corriente, reser­van­do algunos maravedíes para misas y aniversarios.

La diferencia entre obras pías y capellanías, al menos en Guadalcanal, eran sutiles, tanto que incluso los párrocos solían confundirlas, entre otras cosas por su carácter mixto. Básicamen­te, las obras pías tenían como objetivo beneficiar a pobres y desvalidos, mientras que las capellanías estaban orientadas a salvaguardar el alma del fundador y sus allegados. Las primeras instituciones de esta naturale­za que aparecieron en el XVI tenían claramente un carácter mixto. Valga como ejemplo la fundada en 1556 por Diego Ramos "el viejo", un indiano que debió hacer fortuna en la ciudad de Méjico. Según una de las cláusulas testamentaria (en la ciudad de Méjico, el 18 de diciembre de 1556), fue voluntad de Diego Ramos dejar mil ducados (11.000 reales ó 374.000 mrs.) para comprar el suelo y cons­truirse una capilla en la iglesia de San Sebas­tián, en cuya colación seguramente habría nacido. La capilla -separada del resto del templo mediante una reja ricamente labrada y con un letrero en el que se percibía con claridad el nombre del fundador-, se encontraba al lado derecho del evangelio, junto al arco toral. Era de buen tamaño, bajo una bóveda de crucería de piedra con cuatro escudos en los ángulos. El altar quedaba presidido por un crucifijo de bulto entero y, a ambos lados, las imágenes de Nuestra Señora y San Juan. Por deseo del fundador estaba ricamente ornamentada y con objetos sagrados propios, que se guardaban en una alacena aneja, fabricada en madera de nogal. Nombró como patronos y admi­nis­tra­do­res a quienes fuesen párrocos de San Sebastián, a los sucesivos guardianes del convento de San Francisco y a Hernando Ramos, su hermano, y a sus legítimos sucesores. Dejó en manos de los administra­do­res la elección de dos capella­nes, para cuyo beneficio (10.000 mrs. anuales para cada uno, más 500 para el sacristán que les ayudase) mandó invertir 3.000 ducados de su patrimo­nio en comprar bienes raíces, a partir de los cuales se obtendrían las rentas precisas para perpetuar los derechos de capella­nes y sacris­tanes. Como contrapartida, dichos capella­nes estaban compro­me­terse a decir una misa rezada diaria en la capilla, por el eterno descanso del fundador y allega­dos, además de celebrar con toda solemni­dad una misa cantada el día de la Concepción, oficiada por seis ministros y en presencia de todos los clérigos de la parroquia, a quienes se les recom­pensaría con un real y una vela de media libra. Finalmente y como obra pía asociada, dejaba otros 1.000 ducados para invertir en bienes raíces y utilizar sus rentas en casar o dotar anualmente a una doncella huérfana y pobre.

Bajo estos mismos principios, con capilla propia o sin ella, se fundaron otras instituciones de esta naturaleza, variando el destino caritativo, que podían utilizarse en beneficiar a un hospital, a un conven­to o para redimir cautivos, pagar a preceptores de gramática, becar a estudian­tes, etc. En 1791, de acuerdo con el informe de los párrocos, tras muchos avatares aún persistían seis obras pías y un centenar largo de capella­nías y memorias de aniversario, cuyas limosnas servían para sostener al numeroso clero local, con las rivalidades clericales ya descritas (25). No obstante, en esta última fecha ya estaban muy cuestionadas estas y otras instituciones pareci­das, desapareciendo pocos años después.

VIII.- EL CLERO REGULAR
Al margen del clero secular (párrocos y beneficiados o capellanes), en nuestra villa concurrieron diversos conventos de religiosos y religiosas, cuya funda­ción corres­ponde a distintos momentos del tiempo pasado.

A finales del XVI (26) sólo estaban presentes en la villa 24 franciscanos pertenecientes al claustro del convento de San Francisco. El Catastro de Ensenada, 160 años después, nos propor­ciona datos sobre otros conventos, dando cuenta de sus haciendas y del número de religio­sos y sirvientes albergados en sus claustros. Concretamente dan noticias de tres conventos de religiosas y uno de religiosos, así como de un hospicio de monjes "basilios", encargados de asistir a huérfanos y expósitos. El convento de San Francisco acogía a 25 sacerdotes franciscanos obser­van­tes, 10 legos y 5 criados; el de las religiosas de la Concepción a 23 franciscanas profesas; el de las clarisas de San José a 22 profesas y una novicia; el del Espíritu Santo a 24 clarisas profesas y 2 novicias; finalmente, el hospicio de los basilios estaba atendido por 2 sacerdotes y 2 donados. En definitiva, un elevado número de conventos y religiosos, que en años inmediatos sufrió una considerable merma pues, según los datos del Censo de Floridablanca, en 1787 sólo quedaban el convento de San Francisco y el de Santa Clara.

Disponemos de amplias referencias sobre las actividades económicas de las religiosas. Al menos las concepcionistas y las clarisas del Espíritu Santo fueron espléndidamente dotadas por sus respectivos patrones fundadores, aparte las dotes de profesas, pues sendas instituciones tenían estableci­das importantes hipotecas sobre los bienes de propios de los concejos de Llerena, Azuaga, Ahillones y Guadalca­nal.

En relación con monasterio de San Francisco, sabemos que carecían de bienes materiales, viviendo a expensas de las limosnas percibidas por su asistencia espiritual, sermones y, en opinión de los clérigos seculares de Guadalcanal, de la competencia desleal en los entierros y misas de ánimas (27). Estaba situado en las proximidades de la villa (actual cementerio) y, aparte lo referido, sus frailes se dedicaban a la enseñanza de la teolo­gía, acogiendo a 26 estu­diantes en 1575. Por la visita de este último año, también sabemos que su fundación fue fruto del empeño particu­lar de Alonso de Cárdenas, último de los maestres de la Orden de Santiago, ­si bien fueron los Reyes Católicos quienes exten­dieron la oportuna licencia, según la siguiente Real Provi­sión:

“Don Fernando y doña Isabel por la gracia de Dios reyes de Castilla (...), al concejo, alcal­des, regido­res, caballe­ros, escuderos y hombres buenos de la villa de Guadalcanal (...), salud y gracias: sepades que el padre fray Juan de la Puebla nos hizo relación diciendo que el maestre Alonso de Cárdenas, ya difunto, a instancia suya, concedió licencia y facultad para que en la dicha villa se hiciera y edificase un monaste­rio de San Francisco, el cual algunos frailes de la ob­servan­cia de San Francisco han comenza­do a hacer y edificar so­bre obediencia de la Custodia de los Ángeles de los dichos nuestros reinos, y suplicáronnos por se obra tan meritoria en servicio de Dios y buena edificación y ejemplo de pueblo cristiano, nos pluguiese confirmar y aprobar la dicha licencia para que la obra del dicho monasterio se acabase y puedan morar en él los dichos frailes, lo cual nos tuvimos por bien, y por la presente confirmamos y aprobamos la dicha licencia y facultad dada y concedida por el dicho maestre Alonso de Cárde­nas; y si necesario es la otorgamos y concede­mos a los dichos frailes de San Francisco de la observancia, para que el dicho monasterio se edifique haga y acabe al sitio y lugar que por el dicho maestre fue señalado y elegido y limitado y otorgado a la dicha orden de San Francisco, para que la dicha casa monasterio y frailes y religiosos de él estén en la obediencia de la dicha Custodia de los Ángeles, y sea incorporados en la dicha custodia según que potestad y autoridad apostólica fue concedida y otorgada a don Enrique, nuestro mayordomo y del nuestro Consejo; y que la dicha casa sea expresa­mente diputada para el uso y habitación de los dichos frailes religiosos observantes como dicho es y según y la manera que lo son otras casas de la dicha orden de San Francisco de la observancia ...(28)”

No se ha podido consultar el documento de fundación del hospicio de San Miguel de la Breña. Sin embargo, si disponemos de las referencias precisas para fechar la fundación de los conventos de religiosas. Así, el convento de San José de la Penitencia de la Regla de Santa Clara fue fundado bajo el patronazgo de Jerónimo González de Alanís, quedando sometido en primera instancia al Ministro General de la orden de la provincia franciscana de los Ángeles y al Ministro General de todos los Franciscanos existentes en los Reinos de España, al igual que los franciscanos del Monasterio de San Francisco. El siguiente en fundarse fue el de la Purísima Concepción, en 1621, bajo el patronazgo de D. Álvaro de Castilla, con religiosas procedentes de Mérida y, en este caso, sujeto a la jurisdicción ordinaria del priorato de San Marcos de León. El último en aparecer fue el del Espíritu Santo, en 1627, con religiosas procedentes del convento de San José y fruto de la voluntad de un indiano oriundo de Guadalcanal, Alonso González de la Pava (29).